martes, 22 de enero de 2008

El pico de oro de los políticos

Callado (o si no se le entiende) estaba más guapo. Eso es lo que parecen dar a entender las encuestas sobre la popularidad de nuestro ex-ministro de economía.

Las encuestas demuestran que Solbes, ese ministro campechano que hablaba de economía dispersa y lánguidamente, ha perdido popularidad en los últimos meses. Y no se puede decir que no se lo haya ganado a pulso. Cierto que estamos en plena campaña política y ha recibido ataques de la oposición, pero al hablar como lo ha hecho, solo da a entender algo que los ciudadanos tratamos de olvidad constantemente y que no es otra cosa que los políticos saben poco de lo que pasa en la calle. A aquello de que no sabemos lo que vale un euro (piensa el ladrón que todos son de su condición) une ahora un glorioso "no hay que exagerar la caída" en referencia a un crack bursátil cuyo alcance está por determinar. Oyendo estas perlas, el ciudadano toma buena nota de que ni sabe lo que vale un euro cuando se toma el café ni que es grave el haber perdido en un día lo que, fíjate tú, habría podido ganar en un año en la renta fija o en dos si nos ponemos tremendistas. Parece cumplirse la vieja máxima de que la culpa es del administrado no del administrador: primero por redondear con 5 ó 10 céntimos la propina de un camarero y segundo por invertir en la Bolsa con lo arriesgado que es.

Lógicamente, no se le pueden pedir cuentas al Estado sobre cómo administra un particular sus propinas o sus inversiones, pero si alguien me dice que la caída de mis acciones no ha sido grave que me lo diga un amigo en cuyo caso me alegraré en la creencia de que a él no le ha pasado pero que no que me lo diga alguien con el peso económico, social y político de un ex-ministro de economía porque suena a cuchufleta. Creo que este hombre resultaba más simpático cuando solo hablaba de IPCs, coyunturas o el tipo de interés de la reserva federal, es decir, cuando sus eruditas palabras solo llegaban a los cuatro economistas de turno.

Pensábamos que, en su torre de marfil, nos defendía de los malos datos económicos pero resulta que en, realidad, nos defendía de nosotros mismos.

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